El Salmo 45 tiene por título “Cántico de las bodas del rey” y dice así:
“Rebosa mi corazón palabra buena; dirijo al rey mi canto; mi lengua es pluma de escribiente muy ligero. Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derramó en tus labios; por tanto, Dios te ha bendecido para siempre. Ciñe tu espada sobre el muslo, oh valiente, con tu gloria y con tu majestad. En tu gloria sé prosperado; cabalga sobre palabra de verdad, de humildad y de justicia, y tu diestra te enseñará cosas terribles. Tus saetas agudas, con que caerán pueblos debajo de ti, penetrarán en el corazón de los enemigos del rey. Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por tanto te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros. Mirra, áloe u casia exhalan todos tus vestidos; desde palacios de marfil te recrean. Hijas de reyes están entre tus ilustres; está la reina a tu diestra con oro de Ofir.” (Vs. 1-9)
Es llamativo lo que ocurre en las bodas. Por regla general todos miramos a la novia, la admiramos y observamos detalladamente su vestido. Es lo que yo hago casi siempre... olvidando que el novio también es la figura del momento, junto a la novia...
Pero... hace unos meses se casó uno de mis hijos, y en esta ocasión... ¡Todas mis miradas y mi atención fueron hacia él, en primer lugar... al punto que vi detalles de la novia luego, en las fotos!
¿Por qué? Pues... porque, aunque amo y acepto a su esposa como a una hija... mi amor más grande y profundo es hacia mi hijo de sangre...
En Hebreos 1:8-9 encontramos la referencia al Salmo 45 y allí se nos dice que esos versículos se refieren al Señor Jesucristo, el “Novio”. Y sabemos que la “novia” somos nosotros, la Iglesia de Dios.
Pensemos entonces... ¿Sobre quién ponemos la mayor atención?... ¿Sobre nosotros mismos, como la “novia” o sobre nuestro Salvador, Dios y Señor, que es el “Novio” que dio su vida para que tuviéramos nuestro lugar privilegiado?
La Biblia nos dice también:
“Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí el juez está delante de la puerta” (Santiago 5:7-9)
Recordemos: Si amamos al Señor más que a nosotros mismos, podremos dirigir nuestras miradas primeramente hacia El, que es quien nos permite ocupar nuestro lugar inmaculadamente blanco en las bodas reales...